Biografía
Licenciado en Artes Visuales (IUNA) y Dramaturgia (EAD). Es autor de los videos “Condominio”, “Suite Matanzas”, “Autosocorro” y los largometrajes documentales “Hacerme feriante” (Bafici 2010, Premio Sur Mejor Documental, Premio del Jurado FIDOCS, entre otros) y “Cuerpo de letra” (2015, Viennale, Hamburg, Transcinema y Forum.doc entre otros). Obtiene el Premio Lucio Fontana 2014, la residencia de video en la Cité Internationale des Arts de París en 2008, el Premio "Elena Poggi" de la Asociación Argentina de Críticos de Arte y el Premio Ricardo Rojas al Mejor Ensayo por su libro “La desplaza, biogeografía del Parque Rivadavia”. Entre sus obras site specific se cuentan las videoinstalaciones “Dirección de paseos” en el Jardín Botánico de Buenos Aires, y el emplazamiento “Antrópolis” en el marco de la feria estatal Tecnópolis.
Expuso sus trabajos en diversos espacios como CCCB (Barcelona), Casa de las Américas (Madrid), Maison Rouge (Paris), Fondazione Cerere (Roma), 98 weeks (Beirut), Igbildendekunst (Viena), Kunstverein (Wolfsburg), UCSD Art Galley (San Diego), Black Movie Festival (Ginebra), Bienal de arquitectura (San Pablo), Museo de Antioquía (Medellín), Arte Afuera (Córdoba), y Planetario Galileo Galilei (Buenos Aires).
Visión del arte
1. Elija una obra que lo/la represente, descríbala haciendo referencia a su formato y materialidad, su relación con el tiempo y el espacio, su estilo y su temática; detalle su proceso de producción
Durante algo más de tres meses estuve trabajando en una fábrica abandonada que ocupa casi una manzana en la calle Guevara en Chacarita. Fue en el 2004. Un angosto pasillo te llevaba al corazón del acorazado de hormigón, donde estaba instalada la Plaza del Pulmón de Manzana. En el centro se erguía el Arco del Triunfo Entrópico, inspirado formalmente en el Monumento a Bolívar del Parque Rivadavia. Para construir el Arco usé como módulo unos viejos cajones para botellas de leche (en un comienzo en la fábrica funcionaba Casanto). Para la plataforma, unos cartelones inmobiliarios (del Banco de la Provincia de Buenos Aires, que también había funcionado ahí como una especie de supermercado de accesorios y mobiliarios bancarios, ¿cuántos usos se le pueden dar al mismo emplazamiento?). Al atravesar el Arco, en pocos metros, el visitante se encontraba en una pasarela como las que hay en las Cataratas, pero menos seguras porque no tenían baranda. Desde lo alto la visión de la plaza cambiaba ya que además este trayecto estaba rodeado de árboles que trajimos desde Dique Luján con una camionetita, excursión aparte. En esta zona había un cementerio de carteles, algunos de ellos presagiaban el futuro del emplazamiento publicitando geriátricos. La pasarela desembocaba en un pasillo que conducía a los baños, lejos, el lugar más escalofriante de la fábrica, el tiempo detenido, el sarro en los azulejos, la misma pálida luz todo el día. Aquí colocamos una serie de parlantes que se escuchaban desde el Arco. La experiencia sonora. Si estabas en la terraza podías escuchar la plaza por unas chimeneas. Enfrente del Arco había unos cuartos que devinieron en un departamento en alquiler, con un cielo raso caído que bajamos del segundo piso, el parquet apilado en un rincón y una pared a la que pegamos una viruta que encontramos dentro de unas puertas. Cerramos todas las fuentes de luz natural y conseguimos cinco farolas de luminaria pública STRAND, esas que cuelgan en las intersecciones de las calles. Nos enterramos en la noche, en una plaza que existía antes de estar terminada. Después de la inauguración, los visitantes se sumaron a la experiencia porque nosotros, los funcionarios del Nuevo Municipio (un grupo heterogéneo de artistas, músicos, jardineros y obreros) seguíamos relacionándonos con el espacio de la misma manera. Atravesando, encontrando, imaginando, midiendo, inventando, desplazando, escuchando, destruyendo, comprendiendo, abandonándonos. Un fanzine/catálogo que emulaba una revista de clasificados reunió documentación de estas acciones. Ahora estoy terminando un libro que tiene mucho que ver con esa publicación, se llamará La desplaza.
2. En líneas generales, ¿cuál sería la forma en que sugeriría leer su obra?
Una lectura despredispuesta. La predisposición (decir voy a leer tal cosa o ver tal muestra) bakapea instantáneamente nuestros prejuicios. Es el peligro de los espacios institucionales. Por eso me gustan las acciones que se sitúan entre las instituciones. Superponiéndolas, intercambiándolas. Estoy terminando una especie de videodanza institucional que persigue estos postulados.
3. En relación a su obra y su posición en el campo artístico nacional e internacional, ¿en qué tradición se reconoce? ¿Cuáles serían sus referentes contemporáneos? ¿Qué artistas le interesan de las generaciones anteriores y posteriores?
Las tradiciones plásticas son como los géneros literarios, con sus leyes, dogmas y fórmulas. Formas de eficacia en la comunicación y satisfacción del espectador. El arte es un médium para conocernos nosotros mismos. Las obras que se conocen demasiado a sí mismas, en cambio, parecen de autoayuda (un inmigrante polaco una vez dijo: Hay algo en la conciencia que se convierte en trampa de sí misma). Si me dan a elegir, por su tendencia a la deriva y a la acción poética, me quedo con la ciencia ficción aplicada a la realidad, aunque envasada en pequeñas dosis. Algo así como el invento arltiano de las aguafuertes (y sí, me pasaron por la prensa).
4. Pensando en los últimos diez o quince años elija obras o muestras a su criterio fuertemente significativas de otros artistas de Argentina y explique por qué.
Un día viajé con unos amigos hasta los talleres ferroviarios de Remedios de Escalada para ver una muestra de la Agrupación Boletos Tipo Edmodson montada en unos vagones. La marca del territorio, la excursión y el viaje entero me parecieron una gran obra equivalente a un día de sol.
Una noche atravesé ese hermoso espacio que es el túnel subterráneo custodiado por el Monumento a los Españoles. A lo largo del ancho pasillo había una serie de micrófonos enfrentados con monitores y pizarrones. La muestra se llamaba Catch 22 goes underground, si no invento. Los micrófonos acoplaban, por supuesto, y uno podía hacerse cargo de eso. Recuerdo que unos cuantos nos varamos en el pasillo balbuceándole a la pared. Otra vez, la experiencia sonora.
Hace varios años que se viene haciendo la Fuga Jurásica en el Museo de Ciencias Naturales durante los inviernos del Parque Centenario. Para mí, es un ritual ir allí después de tomarme un jarro de café con cognac en el extemporáneo bar de la esquina de Warnes y Angel Gallardo. Espero que los efectos cromagnónicos no neutralicen ese espacio conquistado.